PELOS
–Oh, madre! ¡Me ha salido un pelo! –dijo un pequeño surubí. En efecto, una mañana de junio de mil novecientos y pico un jovencísimo surubí que nadaba como todos los días en el Río de la Plata se descubrió un pelo en la cabeza. La madre se sorprendió bastante porque –ya se sabe– los peces no tienen pelos.Pero, como hacen todas las madres, enseguida lo mandó a peinarse y listo.
Así empezó la mayor rareza de la historia peluda y acuática. Porque ese pelo era apenas el principio de muchos otros pelos que vendrían. Y no solo para el surubí, sino para todos los demás peces del río. La causa era bien simple. El marinero de un remolcador había volcado en el agua, por accidente, un frasco detónico capilar.El pobre ni se imaginó las novedades que eso iba a producir en el fondo del río.
A los sábalos les salió una melena con rulos. A los dorados, una cabellera larga y lacia.Los patíes y los pejerreyes empezaron a peinarse con flequillo.Al principio se sentían raros con la nueva facha, pero después todo el mundo estaba encantado con sus pelos.Las hijas más chicas de una familia de dientudos salían de paseo con trenzas.Las palometas y las viejas se hicieron la permanente.Nadie hablaba de otra cosa.–¡Que bien te queda el brushing, Ernestina! –le decía una boga a su amiga–. Yo hoy tengo el pelo horrible con tanta humedad.Y también:–¡Papá, quedé ciego!–No, nene. Es el pelo que no te deja ver –protestaba el pacú-Ñata–;¿a este chico lo dejan entrar así a la escuela?
En cada esquina había una peluquería.Y en cada peluquería los peces se ondulaban, se alisaban, se cortaban, se estiraban, se teñían, se afeitaban, todo mientras leían revistas.Entre los juncos crecieron grandes fábricas de peines, peinetas y gorras de baño; de champúes y fijadores; de vinchas, hebillas y secadores de pelos.
Pero nada dura en esta vida...Y un día todo terminó como había empezado.Una señora que volvía del Delta en una lancha colectivo dejó caer en el agua un frasco de crema para depilarse. Destapado, el frasco.Y ahí fue cuando los hermosos pelos empezaron a desprenderse de las cabezas.Primero vinieron las calvicies y poco a poco avanzó la peladez. El disgusto de los peces fue enorme. Era lógico: habituados ya a sus melenas, se veían feos sin ellas.Y no había peluca que parara semejante desastre.Muchos, para disimular, se raparon la cabeza y se hicieron punkies o cantantes de rock pesado.El único que conservó restos de la era pelosa fue el bagre, que aún hoy tiene bigotes.
Así, los peces volvieron a ser lo que han sido siempre: calvos como huevos.Pero todavía hoy sigue n sin entender qué les pasó y por qué los pelos son cosas que aparecen y desaparecen tan locamente.Por eso, para evitarles problemas, es mejor no tirar cosas raras al río.
Ema Wolf. Buenos Aires, Colihue, 1989.
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